INTERMITENCIAS POR ENCIMA DE CUALQUIER ESTIGMA
Sigo defraudado. Me dirán lo que quieran, pero mi estado de ánimo apenas ha cambiado. Ni mi selección –España- ni la de vosotros al otro lado del charco –Argentina- mostraron mucho para sumar tres puntos en una fase de selección que sigue mostrando los desequilibrios de un sistema que beneficia, como siempre en todo, a los grandes, a los poderosos.
Seamos honestos; para certificar las victorias necesitaron ambas muy poco. España pasó apuros, sí, excesivos apuros. Más de los previstos para la selección que ostenta el liderato por coeficiente según Fifa. Espesa, con poca llegada y sin su habitual toque, jugó solapada por dos jugadores de un perfil similar –Senna y Xabi Alonso- con Xavi por delante. Con la velocidad debilitada en la transición, todo fueron ventajaS para los turcos que, en un coliseo bestial de ánimos, pudieron dar la sorpresa en el inicio de estar más atinados en la resolución y de no estar, como siempre, Casillas. La baja de Iniesta, el momento –sale de una lesión- de Villa y los problemas en la lectura desde el banco de Vicente del Bosque hicieron a muchos (entre ellos a mí) dudar de una victoria que la prensa saboreaba desde hace tiempo minusvalorando a un rival que demostró un potencial enorme.
Pero lo de Argentina tampoco estuvo falto de historia. Es impensable que un equipo con la pólvora que tiene en punta solamente consiga marcar cuatro a un rival endeble, casi infantil en la zaga. Que Mascherano fuera el mejor lo indica todo. A Maradona se le vio lento en la toma de decisiones, absorto por el poder de la grada e indefinido en su poder. Más que el grito a Messi cuando marcó, su partido desde el banco es conveniente olvidarlo cuanto antes. ¿Qué fue Venezuela? Aún quiero encontrar una respuesta. Quiso, por decisión propia, ser un juguete aunque, insisto, quiso serlo en la segunda mitad cuando pensó que podría ser el mejor espectador del choque desde el propio césped. Dominar, besar la pelota, agrandar el campo, ocuparlo… sirve ante rivales potentes, cuando la estrategia alcanza medallas, cuando vencer es la suma del sentido común, del patriotismo que nos aferra a un himno y a un escudo.
No me culpen, yo echo de menos a Bielsa, a Aragonés, a los sentimientos que nos hacían apreciar la pelota por encima de los jugadores, que nos sentenciaban a una realidad que, benévola o maligna, nos juzgaba por encima de rivales.